Amistades rotas
Releyendo aquellas entradas de tiempos pretéritos, me di cuenta que hace un tiempo hablaba del miedo y respeto que me producía perder amistades, en concreto, una que podía sacrificarse por un malentendido. El tiempo da y quita razones dice el refranero español, y sinceramente, en este caso, mi predicción no se llego a cumplir, aunque esa amistad, desgraciada o afortunadamente (todo sea dicho), ha acabado convirtiéndose en un mero contacto telefónico, o en el peor de los casos, en una cara amarga a la hora de alegrarse por mis pequeños triunfos.
Lo cierto es que otro caso sangrante ha llegado a mi vida. Bueno, miento, lleva ya tiempo instalado en ella. Una amistad que con el paso del tiempo está pudriendo las relaciones de todo el grupo de gente con la que me muevo. Ya sé que cierta persona me avisó durante mucho tiempo de sus verdaderas intenciones, pero me estoy dando cuenta de que, llevado por mi perenne venda en los ojos siempre intenté no hacerle caso (a ella). Tenía razón (y van ya miles, ¿por qué no te haces futuróloga?) para variar. Ahora lo que más me jode de esa persona (que se ha acabado convirtiendo en personaje) es su victimismo que casi roza lo patológico, además, también me puede llegar a preocupar un futuro dividido en buenos o malos (ya sé en que parte vamos a estar). Lo mejor de todo es hacer una cosa: pasar, pasar y no callarnos otra vez. Decir las cosas a la cara.
Quizás vengan tiempos duros, pero no somos niños, ya sabemos de quien se puede prescindir, y de quien se puede fiar uno. Y me niego a pensar que una persona pueda cambiar por la influencia de otra, que conste. Quien tenga oídos que oiga.
