El último día del verano
Hay veces que tienes ganas de sentirte solo, y viajar con tu mente a diversos lugares que sabes que nunca visitarás. Es una capacidad del ser humano que más que fascinarme me da miedo, puesto que consigue hacerte sentir muchas cosas que sabes que nunca sentirás, que solo lograrás aproximarte a sentir.
Creo, de todos modos, que la sensación del hombre más agridulce, pero a la vez más autenticamente fascinante es la nostalgia. Yo me definiría a mí mismo como alguien nostálgico. Me encanta evocar en mi mente momentos que pudieron ser buenos, malos, regulares, pero que ya pasaron. En mi lista de momentos pasados no puedo evitar pensar en los veranos de la playa. Me supera, me carcome las entrañas en ocasiones recordar cada momento sabiendo que nunca volverán a suceder. Que siempre estarán ahí, y que el famoso refrán cualquier tiempo pasado fue mejor, no tiene porque ser cierto pero si tiene una parte real. Y que nunca, nunca, por mucho que pretendas imitarlos, volverán a ser parecidos. Es la inmensa putada del ser humano, recordar, eliminar los malos momentos, potenciar los buenos, tener un sabor dulzón en los labios a algo pasado, cerrar los ojos y oler a alga, o sentir la arena de la playa en tus zapatos. Ahora sí sé que quizás nunca más volveré a sentir lo mismo, salvo en mis sueños, o cuando me quedo embobado mirando el cielo desde mi ventana, evadiendome del mundo en el que me ha tocado vivir.
No dejo de escuchar the last day of summer de los Cure. Será por algo supongo.