11.4.06

Vértigo

Fue hace ya bastante tiempo. Hace tanto que quizás no quiera ni pensar en ello, quizás lo haya soñado, quizás nunca haya existido. Pero fue un tiempo feliz y lleno de cosas por las que apostar y luchar. Un tiempo en el que acabe ganando confianza en mí mismo. Un tiempo en el que todo parecía ser objeto de un complicado plan para hacer de mi una mejor persona, capaz de proyectarme hacia los demás y dejar de lado esa estúpida timidez que tanto hizo por ocultarme al resto de la gente.
Ya lo decía antes, quizás lo haya soñado. De todos esos amigos que me acompañaban poco me queda. Un mal sueño, pienso últimamente. Todo se ha diluido de una manera que hasta solo observarla a lo lejos me da miedo. Vértigo. Hace ya tiempo que ni idealizo los buenos momentos, ¿cuestión de madurez? No. Sinceramente, una mera cuestión de realismo.

Escucho ahora: Los planetas - corrientes circulares en el tiempo

3.4.06

Primer día

Bajé las escaleras con una extraña mezcla en mi estómago de vértigo y expectación. Un númeroso grupo de gente se agolpaba contra una puerta amarilla, casi recién pintada. Ví alguna cara conocida, algún compañero de instituto, aquel me sonaba de verlo en tal cafetería, el otro de la playa. Jacobo estaba con una chica, para variar. ¡Jacobo!¡Qué sorpresa!¿No ibas a Santiago?¡Qué bien que tenga aquí a un buen amigo! Con el paso del tiempo me he dado cuenta de que las palabras se las acaba llevando el viento.
Marcaba mi reloj de pulsera las 16 horas justas. Turno de tarde, no me importaba, lo de salir casi a las nueve en invierno no me hacía demasiada gracia, pero sólo le podía echar la culpa a mis apellidos. Tomé asiento casi al final de todo, al lado de Jacobo y esa chica. Entró un personaje calvo, cuerpo difícil, gafas de pasta, corbata oscura, chaleco de marca rojo. Comenzó a hablarnos del paso importante que estabamos dando, Jacobo bostezó. ¡Coño, no me había fijado que Hugo estaba también aquí! Se apellida Pérez, claro. A ese tío todavía le sigue eligiendo la ropa su madre. Su padre le orienta mejor en otras cosas.
Con la tonteria se empezó a hacer de noche, el viejo (falso) profesor había sido sustituido por una señora embutida en un pantalón de cuero que hizo más amena la última clase. Atrás quedó el descanso y el ponerse al día, el primer insípido café barato de máquina, el primer cigarrillo apurado porque la gente ya entraba en el aula.
Subí las escaleras solo, rodeado de gente, nuevos compañeros. No mire atrás, pero la mezcla de expectación y vértigo no se me daba quitado del estómago.